Llegó el otoño y con él, la vuelta al cole (malditos publicitarios del Corte Inglés, se me ha venido el eslogán directamente a la cabeza). Recuerdo mi infancia otoñal: La lluvia, la ropa de estreno si con suerte había crecido algo durante el verano (que en mi caso cada año era una decepción tras otra), el olor de los libros nuevos de texto y de las ceras y de las gomas, los catarros incipientes, los bocadillos de manteca engullidos embobada frente a Espinete y compañía y la tarea por las tardes... la tediosa y vil tarea. Cuántas horas de mi vida habré pasado haciendo tarea... Matemáticas, lengua, inglés, naturales, sociales... Un horror vamos. Por suerte todo eso ya pasó, por desgracia eso no me lo creo ni yo. Si hay algo más tedioso que hacer tu propia tarea, es precisamente ayudar a tus hijos a hacer la suya.
Así que cada tarde, cual mártir cristiano ante los leones, me planto yo con horror ante la mochila de mi hijo: "Dios mío por favor que la de hoy sea cortita y facilita que la pequeñuela no ha pegado ojo en toda la noche, que se me caen los ojos del sueño y todavía tengo que recoger la casa que está patas arriba y para colmo el pequeñuelo se distrae con la primera mosca que le pase por enfrente!"